ROALD AMUNDSEN (1872 – 1928)

( 1ª Parte )


Roald Engelbert Gravning Amundsen nació en Borge, cerca de Fredrikstad (Noruega) en el seno de una familia de capitanes y propietarios de navíos. Hijo de familia numerosa cuyos padres fueron Jens Amundsen y Gustava Sahlquist, desde muy corta edad la chispa de su ambición se encendió al leer una narración del gran explorador ártico inglés Sir Johil Franklin, quien halló tremendas dificultades en su infructuosa búsqueda del paso del Noroeste. “Aquel relato de valentía ante la adversidad -decía el propio Amundsen- me emocionaba más que todo lo que había leído hasta entonces”.
Decidido a prepararse para una vida de aventuras en el Ártico, siguió leyendo verazmente todo lo que encontraba acerca de las expediciones polares. Curiosamente, el muchacho empezó a dormir con las ventanas abiertas de par en par, aun en pleno invierno. Cuando su madre le amonestó ante tal actitud, acabó respondiéndole que le gustaba el aire fresco, pero lo cierto era que “en realidad era parte de mi proceso consciente de endurecimiento” -según sus propias palabras-.
Siempre que podía escaparse de la escuela, se iba a las colinas y montañas cercanas a Oslo para aumentar su habilidad caminando por el hielo y la nieve y endurecer sus músculos, pensando siempre en las grandes aventuras que soñaba protagonizar.
Amundsen consideró que servir en el ejército noruego era el siguiente paso lógico de su adiestramiento. Sabía que su mala vista le impediría pasar el reconocimiento físico del ejército, pero con su determinación característica decidió intentarlo a pesar de todo. Entonces le valieron sus años de fuerte ejercicio, de ahí que en el centro de reclutamiento el médico quedara impresionado por su espléndida forma física. A la hora de la verdad, llevado por su entusiasmo, el bueno y anciano médico olvidó examinarle los ojos y por ello fue admitido, recibiendo toda la instrucción militar.
Su carrera se vio interrumpida por breve tiempo a causa del deseo de su madre para que fuera médico y de esta forma se alejara de la industria naval familiar, actividad que habían continuado sus tres hermanos mayores. Aunque no le interesaba semejante profesión, Amundsen se puso aplicadamente a estudiar
medicina. No obstante, como a los 21 años se quedó huérfano de padre y madre, abandonó por completo sus estudios de medicina y anunció abiertamente su intención de hacerse explorador.
Pronto tuvo ocasión de comprobar que no iba a ser una vida fácil. A los 22 años, emprendió con su hermano una expedición de entrenamiento en pleno invierno, cruzando sobre esquís una cadena de montañas al oeste de Oslo.
Mal equipados y peor aprovisionados, antes de haberla llevado a término quedaron helados, hambrientos, se vieron cercados por la nieve y, aterrorizados, se sintieron vencidos por completo. Regresaron a su casa, contentos de seguir con vida.
Amundsen había sentido toda su vida un oculto deseo por los viajes, se hizo marinero y decidió dedicarse a la exploración de las regiones polares, pero desde la aventura con su hermano aprendió la lección. Jamás volvió a emprender una expedición sin prepararse. Así, durante el resto de su vida, la cuidadosa planificación caracterizaría todas sus exploraciones. El siguiente paso fue adquirir experiencia en navegación, se alistó en un barco ballenero y un año después logró la licencia en la Escuela de Marinos de Christiania (actual Oslo) en mayo de1895.

EXPEDICIÓN BELGA A LA ANTÁRTIDA
En1897, Amundsen supo de un proyecto belga para explorar la Antártida. Después de entrevistarse con Adrien de Gerlache, el líder de la expedición, consiguió el puesto de timonel. A bordo del navío Belgica zarpó de Amberes el 16 de agosto de 1897. Ahí conoció al norteamericano Frederick Cook, el médico del grupo, con el que lograría cultivar una duradera amistad. La expedición belga fue la primera en invernar al sur del Círculo Polar Antártico. El buque quedó atrapado en el mar helado, al oeste de la península Antártica. La tripulación debió afrontar un crudo invierno sin estar preparada correctamente para hacerlo y cuando el capitán cayó mortalmente enfermo, se halló de repente al mando del barco, en apariencia perdido. Calmada y metódicamente, envió partidas a cazar focas y pingüinos y puso a los hombres a hacer ropa de abrigo, mientras el médico Frederick Cook alimentaba a la tripulación con carne cruda de animales marinos, evitándo así la posibilidad de contraer escorbuto. Esta fue una lección importante para los siguientes viajes de Amundsen.
Por fin, después de meses de un trabajo agotador, los pocos tripulantes aún con fuerzas consiguieron abrir con palas, picos y explosivos, un camino a través del mar polar helado hasta un canal de agua abierta. Ni así quedó del todo libre su navío. Pasó otro mes cautivo en el extremo del canal por una mole de hielo que no podía perforarse. Del otro lado, el mar libre subía y bajaba, lanzando témpanos contra el barco atrapado.
El 28 de marzo de 1899, unos trece meses después de quedar preso, el Bélgica bajo el mando de Amundsen, salvó definitivamente la barrera y puso rumbo al norte. Aunque sin intención, fue el primer buque en invernar en el Antártico.
La flexibilidad de adaptación a las circunstancias era típica de Amundsen. Ya experimentase triunfos o derrotas, hallazgos felices o desastres, siempre estaba dispuesto a responder con cualquier plan para otra expedición. Lo que se proponía a corto plazo era la búsqueda del famoso (y quizá mítico) paso del Noroeste, que era el sueño de su infancia.
Amundsen se dio cuenta entonces de que su expedición necesitaría un objetivo científico que añadir al descubrimiento geográfico, a fin de obtener apoyo financiero. Decidió que el magnetismo polar sería un tema apropiado y, con la misma decisión que caracterizaba todos sus actos, se trasladó a Hamburgo a dominar la ciencia. Y no fue ésta la única tarea que se impuso en los tres años siguientes. Aparte de estudiar el magnetismo terrestre, practicó la navegación en el mar del Norte, elaboró los planes para su expedición y se puso a reunir fondos para financiarla. En busca de un patrocinador, viajó a los Estados Unidos donde conocería al millonario Lincoln Ellsworth, quien junto a otras personas contribuiría significativamente para sus exploraciones polares.

EL PASO DEL NOROESTE
En 1903, Amundsen mandó la primera expedición que logró recorrer el paso del Noroeste, entre los océanos Atlántico y Pacífico, junto a otros seis integrantes a bordo del pesquero Gjoa, comprado por él mismo en Noruega. Era un buque de 47 toneladas y poco calado. Escogió una tripulación de seis expertos marinos y científicos, seleccionando instrumentos, ropas, alimentos y aparejos. Cuando estuvo dispuesto para la partida, la bodega del barco estaba tan abarrotada de provisiones y la cubierta tan llena de cajas, que el Gjoa apenas sobresalía del agua.
Desde Noruega, el Gjoa cruzó el Atlántico norte y se dirigió por la costa occidental de Groenlandia al extremo septentrional de la Tierra de Baffin. Una vez allí, puso proa al oeste por el estrecho de Lancaster y empezó a zigzaguear hacia el sur entre el laberinto de islas que hay más allá de la tierra firme canadiense. Aguas poco profundas, nieblas y vientos huracanados hacían lenta la marcha; pero a finales del verano, Amundsen descubrió un puerto natural de invierno en la isla Rey Guillermo, al noroeste de la bahía de Hudson. Aparte de ser un verdadero refugio apacible para viajeros fatigados, el puerto estaba lo suficientemente cerca del Polo Norte magnético para permitir observaciones científicas precisas. Los hombres llamaron al lugar Puerto Gjoa, y en septiembre de 1903 comenzaron a establecer la base que sería su cuartel general durante los dos años siguientes. Construyeron observatorios y los dotaron de instrumentos tan delicados que los cajones estaban sujetos con clavos de cobre ya que el acero de los clavos ordinarios habría alterado la sensibilidad de los aparatos magnéticos. Construyeron perreras para los perros de los trineos que habían subido a bordo en Groenlandia, y alzaron una casa que Amundsen estimó abrigada y a prueba de inclemencias, con todas las comodidades que precisaban.
Mientras transcurrían los meses, los hombres cazaban, comerciaban con los esquimales y exploraban las islas más próximas. Después de muchas lecciones de los amigables esquimales, Amundsen aprendió a guiar un tiro de perros, experiencia que le convenció de que éstos eran insustituibles para la exploración polar. También observó con especial atención las ropas que llevaban los nativos y reunió una colección completa de objetos esquimales. Armas, alimentos, vestimenta, todo era interesantísimo para él, pues consideraba a aquellos hombres maestros de la supervivencia en las regiones con temperaturas extremas.
Los dos años de labor científica de la expedición dieron por fruto unas observaciones tan precisas y completas, que los datos recogidos y llevados a Europa suministraron a los expertos en magnetismo polar material para mucho tiempo de evaluación, hecho que nunca dejó de enorgullecer a Amundsen ya que pocos años antes apenas le interesaba o sabía de ciencia, y ahora contribuía a ella de forma extraordinaria.
En agosto de 1905, una vez terminadas las observaciones en torno al Polo Norte magnético, el Gjoa reanudó su travesía rumbo al oeste, entre bruma y hielos a la deriva. Durante el recorrido, el barco pasó por donde se hallaban enterrados dos miembros de la desdichada expedición de Franklin. Amundsen recordó al héroe de su infancia "Y con la bandera desplegada en honor de los muertos, pasamos frente a la tumba en solemne silencio, honrando a nuestros desventurados predecesores".
Lenta, cuidadosamente, la nave buscó a tientas su camino por aguas desconocidas, que se iban haciendo cada vez menos profundas. Rodeados de trozos de hielo flotante y envueltos en densa niebla, Amundsen tuvo que lanzar al agua un bote para que explorara y sondeara por delante del navío. La tensión crecía conforme el bote adelantaba hacia el oeste. Todos los que iban a bordo sabían que pronto llegarían a aguas conocidas, trazadas en los mapas por barcos que se habían abierto camino hacia el este más allá de Alaska. Si su ruta no era interrumpida por aguas poco profundas, tierra o hielo, no tardaría en quedar completo el último tramo del paso del Noroeste.
Paseándose nervioso por la cubierta, Amundsen llegó a estar tan exaltado que apenas podía dormir ni comer. Finalmente, la mañana del 26 de agosto, el segundo de a bordo irrumpió en el camarote del capitán gritando: "¡Una vela, una vela!".
Amundsen escribió entusiasmado: "Qué estupenda visión era aquella forma distante de un barco ballenero al oeste. Significaba el término de años de esperanzas y afanes... se habían acabado todas las dudas acerca de nuestro éxito en dar con el paso del Noroeste. ¡La victoria era nuestra!".
No obstante, la navegación por el paso no había terminado. Junto con una docena de balleneros que andaban por el rumbo, el Gjoa no tardó en quedar preso otra vez en el hielo ártico al llegar el invierno. En cuanto a Amundsen, el irreprimible deseo de dar a conocer su triunfo le impidió permanecer a bordo. El 24 de octubre de 1905 partió en un trineo de perros a Eagle City, en Alaska, a 750 kilómetros, donde sabía que había un puesto militar con telégrafo. El viaje, que incluía el cruce de una cadena de montañas de 3.000 metros de altitud, fue su primera experiencia con el trineo en grandes distancias. El 5 de diciembre de aquel año llegó a Eagle City y lanzó sus nuevas noticias al mundo: había realizado un sueño de los grandes exploradores desde el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Al año siguiente capitaneó triunfalmente el Gjoa hasta Nome en Alaska, y de allí a San Francisco, donde multitudes jubilosas lo aclamaron como a un héroe. Pasó los dos años siguientes dando conferencias a expertos del mundo entero y reuniendo dinero suficiente para pagar a todos los acreedores de los que se había escapado aquella noche lluviosa de la partida, a riesgo de ir a parar a la cárcel.
Completados su paso por el Noroeste y sus proyectos acerca del polo magnético, Roald Amundsen, a los 36 años empezó a prepararse para la aventura ártica suprema: El descubrimiento del polo Norte.
Tras su expedición al paso del Noroeste, Amundsen planeó una expedición al Polo Norte, para lo que haría uso del Fram, el buque propiedad de Fridtjof Nansen que este explorador había utilizado en sus exploraciones árticas. Tras tener noticias de que Robert Peary se había adelantado en ser el primer hombre en el Polo Norte, Amundsen decidió lanzarse a explorar el Polo  Sur.

                                                                                           Continuará